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sentación

20El número

Precursoras

Siempre ha existido cierta disputa por defender la profesión propia como la más an- Carlos Alonso
tigua de la creación, así los abogados o lo economistas (dependiendo de quién lo de Linaje García
cuente) se atribuyen la creación del caos, previo al orden natural, aludiendo a la fa-
cilidad con la que ambos regresan a él. Director

Sin remontarnos tan lejos hasta hace varios meses en mi modesto conocimiento pen-
saba que el padre de las estafas piramidales había sido Carlo Ponzi. Este personaje
nacido en Italia en 1882, y que en 1903 emigró a Estados Unidos, consiguió su fama
tras crear su propia compañía, Security Excange Company. Ponzi basaba su negocio
en un supuesto medio de arbitraje con los cupones que los emigrantes italianos en-
viaban a sus familias en Italia empobrecidas por la guerra. Así, Ponzi captaba dinero
con la promesa de pagar el 50% de plusvalía en 45 días y un 100% a los tres meses.
Todo terminó cuando Clarence Barron, analista financiero, publicó un informe encar-
gado por el Boston Post en el que se ponía de manifiesto que los pagos de las plus-
valías no procedían del reparto de la rentabilidad obtenida por las supuestas
inversiones sino de las aportaciones de los nuevos “inversores”. Así, este tipo de es-
tafa ha llegado a nuestros días como “Esquema Ponzi”.

Pero la realidad es que, con anterioridad, en España ya habíamos bebido de este licor,
de la mano de Baldomera Larra Wetoret. Baldomera era hija del famoso escritor y
poeta Mariano José de Larra. En la década de 1870 y tras ser abandonada por su ma-
rido que se marchó como médico a las colonias de ultramar, a Cuba, Doña Baldomera,
que era una mujer de recursos, pidió una onza de oro a una vecina con el compromiso
de devolverle dos en el plazo de un mes, y así lo hizo. La vecina dio razón del milagro
de Doña Baldomera. En un breve plazo de tiempo fueron muchos los que acudieron a
la “Caja de imposiciones” regentada por la señora Larra y su apoderado Don Saturnino
Iruega. El negocio iba “viento en popa”, no dejaban de llegar nuevas personas intere-
sadas en depositar sus ahorros en tan lucrativa entidad. Todo fue un sueño hasta el 4
de Diciembre de 1876, día en el que al ir a cobrar los intereses, uno de los deposi-
tantes se encontró con la negativa de los empleados, que no disponían de fondos.
Doña Baldomera había desaparecido y se había llevado con ella el dinero depositado,
unos 72.000 euros de la época.

Como vemos la historia se repite. Incluso entre Doña Baldomera y Ponzi se encuentra
William Miller que ya hizo una estafa piramidal en 1899. Y década tras década tene-
mos otros casos, como Gescartera (2001), Patrick Bennett (1996), Haligiannis
(2005), Sofico (1974), Fidecaya (1982) y el reciente entramado de Madoff.

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economistas Nº 20
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